miércoles, 4 de julio de 2018

Blanc

–...
–…

El foco a sus espaldas lo inunda todo de una luz blanca y cegadora, absorbe toda la realidad que hasta hace un minuto nos rodeaba, y convierte la escena en un recurso fácil de una peli cutre de sobremesa. Y ahí estoy yo, en la peli cutre de sobremesa, con un silencio denso y expectante que lo impregna todo. Si la nada existe, es aquí y es ahora. Blanca. A ella no la veo, pero intuyo sus formas. En la claridad flotan sus ojos, penetrantes y afilados, sus rizos claros y sus labios, que aunque todavía muestran dientes de una sonrisa reciente, van mudando en una mueca intranquila y gélida.

Me transporta a mis viajes, a mi época de excursiones en montañas nevadas, donde alrededor solo había silencio y hielo. Donde no había flores, ni orquestas ni invitados ni compromisos. No había canciones, ni invitaciones, ni tartas, ni obligaciones. Solo yo. Solo mis pisadas en la alfombra blanca que cubría el camino hacia el destino.

Pero ella, calculadora y fría, me trajo hasta la nada. Me arrancó poco a poco, todas mis ilusiones, imponiéndome las suyas. Velos, lirios, tules y rasos. Y me dejó aquí solo, en medio de una multitud vacía que no quiere estar pero que nunca se irá, con discursos de amor huecos y murmullos rencorosos de quien quiere imponer a otros la desgracia que escogieron vivir.

Y en medio de esta pureza, impuesta y postiza, de su mirada insistente frente a esta ceguera blanca, decido responder con la única palabra que podrá devolver el color a mi vida, pálida y transparente.

–No.

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