jueves, 12 de julio de 2018

La revolución de las lavadoras

0 rpm.

Cuando se me hinchan los huevos, me cago en su madre.
En la de todos los hijos de puta que me joden la vida.
“¡Tranquilo!”, me dicen, “¡Que os follen!”, les digo yo.

300 rpm.

¿Que qué hijos de puta? Todos.
Ciclistas imbéciles ralentizando el tráfico,
peatones de mierda que van sin mirar,
taxistas y coches petando la ciudad.

600 rpm.
Los putos moteros,
las putas sirenas,
el puto autobús
y la puta Renfe.
Señoras petardas,
señores babosos,
mocosos chillones,
porteros cotillas.

300 rpm.

Me dirás qué necesidad tengo
de soportar su insolente presencia,
de aguantar sus impertinencias molestas
que convierten el día en un terreno hostil.

0 rpm.

Cuando se me agria el carácter, me doy un lavado.
Suavizo todos los odios que me amargan la vida.
“¡Buen día!”, me dicen, “¡Quedad con Dios!”, les digo yo.

miércoles, 4 de julio de 2018

Blanc

–...
–…

El foco a sus espaldas lo inunda todo de una luz blanca y cegadora, absorbe toda la realidad que hasta hace un minuto nos rodeaba, y convierte la escena en un recurso fácil de una peli cutre de sobremesa. Y ahí estoy yo, en la peli cutre de sobremesa, con un silencio denso y expectante que lo impregna todo. Si la nada existe, es aquí y es ahora. Blanca. A ella no la veo, pero intuyo sus formas. En la claridad flotan sus ojos, penetrantes y afilados, sus rizos claros y sus labios, que aunque todavía muestran dientes de una sonrisa reciente, van mudando en una mueca intranquila y gélida.

Me transporta a mis viajes, a mi época de excursiones en montañas nevadas, donde alrededor solo había silencio y hielo. Donde no había flores, ni orquestas ni invitados ni compromisos. No había canciones, ni invitaciones, ni tartas, ni obligaciones. Solo yo. Solo mis pisadas en la alfombra blanca que cubría el camino hacia el destino.

Pero ella, calculadora y fría, me trajo hasta la nada. Me arrancó poco a poco, todas mis ilusiones, imponiéndome las suyas. Velos, lirios, tules y rasos. Y me dejó aquí solo, en medio de una multitud vacía que no quiere estar pero que nunca se irá, con discursos de amor huecos y murmullos rencorosos de quien quiere imponer a otros la desgracia que escogieron vivir.

Y en medio de esta pureza, impuesta y postiza, de su mirada insistente frente a esta ceguera blanca, decido responder con la única palabra que podrá devolver el color a mi vida, pálida y transparente.

–No.