martes, 26 de junio de 2018

Llanto a llanto

Tu inquietud me hace pensar
en las aves de paso que se estrellan
contra los faros en las noches de tormenta:
seguros de haber encontrado
la luz del norte,
condenados a la eterna oscuridad
de las profundidades.
Los ojos claros, desde donde se asoman
las tinieblas de tu esencia,
son mi guía en la negrura.
De donde yo bebo mi paz,
emanan tu angustia y tus monstruos
marinos.
Ojalá pudieras
ver tu luz a través de mis ojos negros,
porque entenderías cuán falsas
son tus certezas
y cuanta risa te pierdes
llanto
a llanto.
Y quizá yo entendería por qué
te precipitas
paso
a paso
hacia el final de la cornisa,
desde donde puedes volar con una pequeña zancada
hacia el fondo
sosegando tu inquietud.
Me haces pensar en las aves, de paso,
que se estrellan contra los faros,
en las noches de tormenta.

miércoles, 6 de junio de 2018

Amor

Tenía los ojos más bonitos del mundo y el pelo suave, largo y del color del sol, como el de su madre. La mirada la tenía triste, porque con los años la amargura se le fue enquistando. Yo la intentaba hacer cambiar, porque esa pena no hay quien la aguante. “Anímate, anda, que parece que se te ha muerto alguien”. Pero no me entendía, y lo único que conseguía mirándome aturdida desde el rincón, era ponerme hecho una furia. Y claro, acababa el carro por el pedregal y mi mano directa al cinturón. A mí al final me acababa dando pena, pobrecita. Pero yo lo hacía por su bien, porque no hay nada peor que la desobediencia.

Fue la única que permaneció a mi lado, hasta su último aliento. ¿Que si me quería? Pues digo yo. Si no, ¿de qué se hubiera quedado? La puerta estaba siempre abierta. Sí, claro que me quería. Venía a recibirme siempre que llegaba a casa. Es verdad que la alegría del principio acabó apagándose con el tiempo. Pero eso es normal; nada dura eternamente, y mucho menos los afectos.

Me dio mucha pena tener que enterrarla. Pero ya cualquier cosa que hacía me ponía de los nervios. No, qué tendrán que ver las cervezas que yo me tomara. Se había vuelto vieja, fea y miedosa; estaba mejor muerta que viva. Me saqué el cinturón por última vez y ella, con la resignación de quien acepta su destino, ni siquiera intentó escurrirse. Me miró con una mezcla de adoración y tristeza. Y supe que ella había sido el amor de mi vida.

La enterré en el jardín, entre los dos manzanos, y me colgué su placa en la hebilla del cinturón.