viernes, 2 de febrero de 2018

A sangre caliente

Beverly está a punto de perder los papeles, y eso no es bueno. Una señorita decente debe mantener la compostura. Su padre que, como hombre que es, tiene el derecho (incluso el deber) de decir lo que piensa cuando y como quiere, tiene la vena de la frente hinchada. Y eso tampoco es bueno.

Su familia era odiosa a sus ojos y perfecta a los de los demás. Esa perfección almidonada de los anuncios de cereales. Herbert era un cabeza de familia honrado y trabajador, hecho a sí mismo, siempre dispuesto a prestar ayuda a sus vecinos y aportaciones a la comunidad. De él decían que era “un hombre justo, abstemio, recto y religioso”, “y con la mano muy diestra para el uso del cinturón”, añadía Beverly mentalmente. Bonnie, hacía ya tiempo que había dejado de ser. Madre, mujer y persona, por este orden. Sometida a los “encantos” del marido, yacía en su cama en depresión profunda.

–¡Bonita familia, Beverly! –decía su compañera de estudios en el hospital universitario de Kansas City observando una maltrecha foto que cargaba en la cartera.

–Fíjate bien, Hans. Mi hermano es el único con sonrisa sincera. Las otras son fingidas. Las mujeres Clutter vivimos presas en el corsé de la “decencia”.

Hansel reía, divertida por los comentarios dramáticos de su amiga. No sabía cuán real era la competencia, la presión y las exigencias que sufrían las muchachas Clutter, puesto que Beverly se encargaba de esconder bien los estragos que habían provocado en su carácter y en su vida.

Lo que más hastiaba a la segunda de los Clutter era la indiferencia con la que sus hermanas aceptaban el juego. Rectas, pulcras, perfectas y puras. Nunca una queja, y nunca un apoyo cuando ella esgrimía las suyas.

Hoy Beverly oprime los puños y aprieta los labios. Ha dicho que no. “No me caso con el hijo del Sr. Hart”. Su hermano arquea las cejas. Sus hermanas apartan la vista. Su padre enrojece; le sube la cólera del estómago a la sien. Ha sabido inculcar la integridad, la virtud y el decoro a sus otros hijos, pero Beverly es diferente. La oveja negra. Y el señor Clutter no puede tolerar ovejas negras en su redil, no tienen cabida en su modélica estampa. 

Se aguantan la mirada, se desafían. Y mientras Herbert libera su hebilla, Beverly toma una decisión. Los golpes de uno y el silencio de otros le ayudan a imaginar la escena: muertos, atados y torturados. Su cabeza maquina planes y su corazón bombea sangre ardiente.

3 comentarios:

  1. Nada más lejos de la realidad, tristemente... Genial relato

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  2. Ovejas negras...en nuestro redil hay varias!!!!������

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